domingo, 9 de junio de 2024

Del documento de Farerdi

 1.

EDIFICIO DE CORREOS DE TENERIFE

Farerdi Anroqua Quasede Peyirfe


Un día que subía las gradas de la Sede Central de Correos crucé un ligero saludo con don Javier de Loño, a la sazón alcalde de Tenerife. Él venía introduciendo en una bolsita de su chaleco, posiblemente la llave de su apartado de correo. Se había capeado el exceso de luz del sol con un grupo de sobres de correspondencia al momento de su salida del edificio, de frente a la Plaza de España. Yo me limité a saludar respetuosamente y con una actitud de expectativa para el caso de que él quisiera detenerse a conversar como en otros entornos ha sido posible, o si su urgente trabajo se lo iba a impedir. Y por esta vez, solamente hubo un saludo cortés, dándonos la mano y casi sin detener el paso; se asemejó dicho encuentro al que podría haber ocurrido al iniciarse un inoportuno y sorpresivo chaparrón.



Entré a mi ritmo en el elegante edificio, me presenté en el mostrador de Lista de Correos, y luego de que me anunciaran que no habían recibido nada para mí, me marché hacia el segundo piso. 

Un dato curioso es que siempre subía por el tramo izquierdo de las escaleras, pese a que también por el tramo de la derecha se llegaba al mismo pasillo con mirador; ese efecto capicúa no funcionaba para mí, pues posiblemente mi sentido de escape o de arremetida tiende hacia la izquierda según una predisposición establecida en las capas primitivas de mi corteza cerebral. Además, ingresar por la escalera izquierda hacía que al transitar por el pasillo superior, los números de las puertas cerradas de las oficinas se fueran encontrando ordenados ascendentemente.

Abordé y subí la curva escalera de mármol hacia el segundo piso; recorrí lentamente el pasillo interno, bordeando las oficinas, aprovechando mi lado derecho para observar el mar y la Plaza por los ventanales. Me detuve un rato ante ese panorama y luego bajé por el otro tramo de escalera para volver a pisar la alfombra del vestíbulo, esta vez para abandonar el edificio sin mayor novedad.

Este paseo junto al ventanal lo hice siempre durante mi estadía en la isla, pues me producía regocijo atrapar algo diferente en el paisaje. El motivo de mi estadía en esa isla carece de interés y cuando finalice mi investigación haré la publicación.

Ese paseo por el ventanal del Correo era una tradición, una forma de perderme en el paisaje. A veces lograba ver unas desordenadas gaviotas a lo lejos. Otro día, un hermoso buque de pasajeros pasando de Lanzarote a La Palma, sin detenerse en Santa Cruz, lo cual sí hacen en el retorno. Esporádicamente aprecié alguna pequeña flota de pescadores locales retrasados en la salida hacia los bancos de atún.

Y mirando hacia la Plaza y La Charca, me entretenía tratando de identificar personas conocidas o que hubiera visto alguna vez.



Y así, buscaba siempre las escenas que rompieran la monotonía del paisaje a la vista, el cual, confieso, permanecía bello sin requerir ese rompimiento que me gustaba apreciar. Es algo que se fijó en mi recuerdo, desde el edificio más alto de la isla en aquel momento, que para mí, además de estafeta, se convertía en un extraordinario mirador. Mi lugar preferido en esa época.

Mi comportamiento de apariencia juvenil no deja de ser un acto maduro en el que un adulto combina su afán laboral con pequeñas distracciones que hacen más profundas sus reflexiones interiores. Me parece inaudito despreciar un efímero momento de maravillosa expectación, por el simple hecho de no conocer la técnica de abrir de cuando en vez una ficticia ventana en el horario laboral en el que estás sumido.

Maravillarme ante La Creación es una corriente emocional que siempre me ha acompañado, me reoxigena y me reconforta. Creo que la Humanidad se puede apoyar en semejantes técnicas para combatir el agobio ocupacional, con el debido cuidado de no caer en dispersiones o descuido de las tareas a cargo, pero anticipando sabiamente el estrés.

Por más que quise, nunca recorrí completamente los 2.034 kilómetros cuadrados de Tenerife, y eso que quería admirar las estatuas de los jefes guanches que hay en distintos lugares de la ciudad. Un día sí y otro no, salieron excusas y por más que aproveché para conocer, no me alcanzó el ímpetu.

Lo que sí me conocí muy bien fue el confortable edificio multiusos de las Casas Consistoriales, pues ahí estaban la Biblioteca Pública Municipal llena de libros antiguos y otras oficinas gubernamentales, incluido el Museo de Bellas Artes.



De todas formas, este edificio se ubica dentro de un marco más amplio, que incluye mi parque preferido: Plaza del Príncipe, donce hicieron convivir maravillosamente mucha ornamenta traída de otros países como los faroles, los árboles, los plataneros, los laureles, las esculturas, y los bancos con el modelo constructivo español; nada desentonaba.

Cuenta dicho parque, además, con su quiosco para conciertos orquestales y unos jardines aterrazados; además su tradicional, original y bellísima festividad del 25 de julio la cual no me perdí todos los años.

En esos jardines pusieron unas placas tipo acertijo, diseminadas estratégicamente para que uno se dé un buen paseo; recuerdo estas:

Alonso (originalmente creí que era dedicada a Alonso de Quesada, poeta canario, pero no, era referente a Alonso Fernández de Lugo, conquistador de Tenerife).

Nivaria (nombre con que designaron a la Isla Tenerife los romanos)

Acaimo (uno de los jefes de los anteriores habitantes de la isla, los Guanches)

Había más placas, para incentivar la investigación, que era promovida y apoyada por la Biblioteca. Entonces, las personas consultaban un mapa del parque con la señalización de las placas y había una lista explicativa para cotejar los nombres y la descripción, una especie de pareo.

En esa zona, además, visité muchas veces el edificio del Círculo de Amistad, donde todo el mundo es bienvenido dentro del protocolo que te abrasa imperceptiblemente. 

Ahí conocí a don Rafael, honorable señor con quien me reunía en su casa 36-E por las tardes a escuchar y comentar música clásica, pues tenía varios long plays y un fonógrafo muy bien cuidado. Este señor fue la única persona a la que no me fue posible visitarla para despedirme, pues no encontré fuerza moral para dejar su amistad y respeto como si la estuviera despreciando.

Y es que don Rafael no solo fue mi amigo en el Círculo de Amistad y mi compañero de audición musical, sino que me daba consejos muy valiosos que fundamentaba en su vida propia y esas cosas crearon la circunstancia de que también conociera a su esposa Consuelo y a varios de sus hijos: Rafael, pianista; Francisco, funcionario gubernamental; Luis Felipe, el protector de todos; Consuelo, la especialista en recetas de cocina; Federico, el genial músico, científico e intelectual y José, el amigo de todos. Ellos viven en esa idílica vivienda en medio de una paz que llena de tranquilidad a quienes se les acercan y se refugian bajo su esfera de armonía.

Esta zona me conectaba con mis frecuentes visitas al Correo, usando la Alameda del Duque, como quien va para el muelle.

En este territorio histórico luché por sentirme "chicharrero" (gentilicio sinónimo de tinerfeño), por lo que caminaba examinando a todas las personas y poniendo mucha atención a su hablado, con el solo ánimo de aprender a imitarlos sanamente; aquello me encantaba.

Llegada la hora de marcharme hacia mi tierra, fui despidiéndome de las personas que medianamente conocí, con agradecimiento y con la promesa de volver algún día. Paco, el panadero; Conchita, la lavandera de ropa; Luisa, la del Correo; don Antonio, el erudito bibliotecario; y así muchos más. Me prometí que al volver notarían que aprendí a saludar como lo hacen ellos, con abrazos y susurro de palabras cariñosas; eso jamás lo olvidaré.

Y cuando el barco se alejó del puerto Santa Cruz hacia Jerez de la Frontera, ahí me sentí el hombre más solitario del mundo y las lágrimas mojaron mis brazos apoyados a la baranda; ¡qué bien la pasé en esa isla!

Me prometí volver algún día, pero debo confesar que jamás pude volver a ver aquellos lindos parajes ni volví a saludar nunca ninguna persona con acento chicharrero.

FAQP.

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2.




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